La Aldea sabe de secretos. Podría decirse que fue fundada a base
de secretos y del juramento de guardar esos secretos. Algunos los conocen
sólo los Mayores. Otros son secretos personales que cada uno de los Fundadores
ni siquiera ha compartido con sus pares. Muchos secretos fueron traídos de afuera, y en general pertenecen a los más
grandes.
Pero, con el tiempo, inexorablemente la Aldea ha generado
sus propios secretos, y también los guarda celosamente.
Algunos son inevitables o inocentes :Kitty Walker, la hermana
mayor de Ivy, está perdidamente enamorada de Lucius Hunt, el herrero, quien a
su vez está perdidamente enamorado de Ivy; Marie Talbot tiene una reserva de su
mejor chocolate que no comparte con nadie, y cada noche come una enorme
cantidad mientras teje o borda…
Otros secretos son dolorosos y están ocurriendo ahora mismo: August Nicholson (el padre
del recientemente fallecido Daniel) no puede dormir si no bebe largamente un
whisky barato y áspero del que trajo algunas botelllas al venir, de otra época,
por si acaso, y al que nunca había necesitado recurrir hasta ahora…
Y también existen otros secretos ya antiguos, más oscuros, cosas
que se suponen no debían haber entrado en el
Refugio, que debieron permanecer afuera igual que los Innombrables: la Aldea tiene,
como se habrá notado, el propósito de mantenerse inocente, de no contaminarse
con los vicios y maldades de las ciudades, de rescatar valores que en otros
lugares simplemente ya no existen ni existirán nunca más. Todos los niños,
tanto los que vinieron siendo bebés en el éxodo como los que nacieron aquí, han
sido educados bajo esos preceptos de inocencia, respeto, verdad, solidaridad y,
sobre todo, no violencia. Hasta las inevitables peleas de los más chicos acaban
con la intervención y consejos por parte de alguno un poco mayor y un
apretón de manos entre los menores.
Pero el aprendizaje toma tiempo, y los niños, sea cual sea el
mundo al que deben adaptarse, traen consigo cierta crueldad no adquirida,
cierta capacidad evolutiva de la especie, de identificar o evaluar
inmediatamente al más fuerte o menos fuerte que ellos mismos. Y la curiosidad
innata por probar los límites, constantemente. Por desafiarlos y desafiarse,
por ser valiente antes que cualquier otra virtud o mandato que más adelante
adquirirán, o no.
Lucius Hunt siempre fue un niño curioso, y valiente. Y, al contrario del adusto hombre que
es ahora y que jamás sonríe, era alegre, travieso, disfrutaba de estar en
grupos y, por supuesto, de ser el líder natural con sus escasos siete años.
Había un niño retraído, Noah Percy, dos años menor que Lucius, que
siempre llamó la atención de éste porque era notablemente inteligente, sólo que
algo lento. No tenía
ninguna deficiencia (ningún ángel
o demonio, nada lo
había tocado aún), y Noah era un chico normal al
que sólo había que tratar con algo de paciencia, y tolerar su tartamudeo
ocasional y su delgadez extrema, y su torpeza general. Además, se destacaba por su velocidad para correr y eso lo hacía
bueno para algunos juegos. Pero a veces era tratado con excesivo cuidado.
Lucius, a los siete años, estaba seguro de que ése era el
error: consentirlo demasiado era lo que no dejaba que Noah aprendiera de sus
errores y probara su propia fuerza. “Su propia valentía”, según el pequeño
Lucius, que a esa edad medía todo en base al valor: en una edad que se teme a
casi todo, pero en la que también se disfruta de un mundo lleno de misterios y
de la excitación del miedo. Algunos temores pueden superarse y entonces se
aprenden cosas y se fortalece la confianza. Otros no se superan totalmente y
entonces quedan en el misterio y la aventura, y luego se relatan con voz
apropiada, alguna noche de lluvia, a un grupo de amigos que prefiere siempre el
misterio a la explicación.
De manera que las aventuras riesgosas eran ganancia completa,
siempre, en uno u otro sentido. Esa era la filosofía de Lucius Hunt a los siete
años, y podría decirse que continúa siéndola ahora que era un adulto.
Pero Lucius también tiene su propio secreto oscuro, algo que nunca
revelará y que aún lo corroe por dentro. Y quizás sea ese secreto el motivo de
que ahora él mismo sea tan retraído y jamás sonría.
Poco a poco, los niños se hicieron más amigos, y Noah Percy
aprendió a confiar en Lucius, y a seguirlo en algunas aventuras menores. En el
borde mismo del bosque de Covington se hallaba una enorme roca que llamaban La piedra del descanso. Pocos iban allí solos: a pesar del
nombre relajante, la cercanía con una parte especialmente densa del bosque
ponía nerviosa a la mayoría. Pero tenía una base que servía muy bien como
asiento, casi lisa, y que parecía tallada para ese propósito. A veces, sobre
todo los más chicos, iban en grupo, un poco a escalar la roca y un poco a
sentir la adrenalina de estar tan cerca de un límite prohibido. A tratar de ver algo.
Noah y Lucius iban de vez en cuando a la Piedra del descanso. Cada visita, a pesar del nerviosismo
que iba apoderándose de Noah, Lucius procuraba permanecer más tiempo. Trepaba
la roca y observaba hacia el bosque, trataba de que sus ojos penetraran entre
el denso follaje; permanecían ambos en silencio, tratando de percibir algún
sonido, Noah sentado abajo y Lucius unos metros más arriba. Una vez, cuando ya
caía la tarde y las sombras de los árboles se habían hecho muy largas, Lucius
arrojó una gran piedra hacia el bosque, que provocó un escándalo entre el
follaje removido y las aves espantadas: Noah se puso tan pálido que parecía a
punto de desmayarse y casi salió corriendo, si el temblor de sus piernas no se
lo hubiera impedido.
Se suponía que los
Innombrables respondían a los
sonidos con otros similares, y que si lo interpretaban como una amenaza podían
incluso verse compelidos a atacar. Pero nada de eso ocurrió aquella vez:
ninguna piedra fue arrojada desde el bosque, ningún sonido extraño se produjo,
nada se movió de forma especial. Los niños permanecieron quietos y expectantes
durante varios minutos, y al final Lucius descendió hasta la base, donde Noah
había permanecido sentado, temblando incontrolablemente desde que su amigo
arrojara la piedra.
- Creo que los Mayores exageran. Los Innombrables no pueden vigilar cada parte de
bosque permanentemente, ni pueden reaccionar tan velozmente como dicen.
Sin mirar a Noah, agregó como al descuido:
- Tal vez no haya nada más allá. Tal vez ya se marcharon, o
murieron todos, o tal vez no les importe si investigamos un poco…
Ahora miró a Noah directamente a los ojos: Noah tardó un largo
momento en advertir la propuesta detrás de las palabras de Lucius.
- ¿Qué investiguemos?
- Un poco, ya sabes, no más de…
- ¿Tú y yo?
- Por supuesto, tú y yo, juntos, yendo a ver qué hay ahí
adentro, cincuenta metros, tal vez cien…
- No pienso entrar nun-nunca, de ninguna manera.
- Corres muy rápido, Noah. Nadie puede ganarte una
carrera. Sólo digo que miremos un poco adentro:
si pasa algo, por menor que sea, saldremos corriendo. No haremos ningún ruido
ni llevaremos luces.
- ¿Quieres decir… de
noche? – Noah parecía aterrorizado, pero Lucius también advirtió algo en
los ojos del chico: excitación, codicia. Lo que fuera. El pusilánime y tímido
Noah Percy ardía en deseos de entrar de noche en el bosque. Sólo le faltaba un
pequeño empujón.
- Obviamente
entraremos de noche, y obviamente no se lo diremos a nadie. ¿Quieres que nos
encierren en el Cuarto de
Castigo? Sólo cuando lo hayamos hecho y tengamos alguna prueba, se lo
contaremos en secreto a algunos. Pero eso será dentro de mucho tiempo. Mientras
tanto será nuestro secreto y debemos jurar mantenerlo.
De manera que la propuesta fue formulada y si bien Noah no dijo
nada inmediatamente, su silencio sólo podía significar que la evaluaría, que ya
la estaba evaluando.
Lucius ni siquiera mencionó el bosque durante los días siguientes,
incluso evitó a Noah todo lo que pudo. A los seis días Noah esperó a que Lucius
estuviera solo y se acercó sigilosamente.
- ¿Y cuándo lo
haremos? – le preguntó decididamente.
Y entonces Lucius le soltó el plan que había estado ideando.
- Esta noche lo haremos. Debes escapar de tu casa una vez que
estén todos dormidos. Yo esperaré a que mi madre se duerma y después saldré.
Nos encontremos en la Piedra. El que llegue primero esperará al
otro hasta las dos de la mañana. Cuida que nadie te vea. Si no vienes hasta esa
hora, lo entenderé y entraré yo solo.
Noah no había esperado que sucediera esa misma noche, pero ya no
había posibilidad de echarse atrás. Sobre todo le molestó el “lo entenderé” de Lucius. ¿Qué
entendería? ¿Que era un cobarde? Noah sabía que aún no era totalmente aceptado
por el grupo, y la deferencia de Lucius al incluirlo en los juegos y de
distinguirlo con esta aventura era su oportunidad de sentirse normal por fin. Incluso más que eso:
cuando finalmente lo contaran, serían una especie de héroes para los demás. Tal
vez hasta Ivy Walker, la
pequeña ciega, se interesara un poco más por Noah…
- Muy bien – dijo -. Allí estaré.
- Hecho.
El primer secreto de Lucius en esta historia es que para él no
sería la primera vez que entraba al bosque. Un poco antes de la propuesta a
Noah, Lucius ya había traspasado los límites. Entró justo antes de la noche y
permaneció un rato yendo de un lado a otro, hasta que la oscuridad lo rodeó por
completo.
Como esperaba, nada extraño ocurrió. Y el resto del plan para
embarcar a Noah sucedió tal como lo había previsto.
La verdadera aventura sería para Noah, y tal vez se convertiría
por fin en el guerrero que Lucius veía en él, o por lo menos,
con seguridad, dejaría de ser tan frágil y cobarde. Sólo tenía que pasar la
prueba de esa noche.
Lucius tuvo que esperar pacientemente para fugarse, porque Alice
Hunt se acostaba normalmente temprano y se dormía enseguida, pero esa noche en
particular, Lucius la escuchaba pasar las hojas del libro que leía su madre
hasta bastante más tarde de lo habitual. Incluso lo había mirado de forma
especial durante la cena o al menos eso le pareció. ¿Percibiría algo? ¿Le diría
algo su instinto? Alice no
le hizo ninguna pregunta pero habló de los rumores de un peligroso juego que
estaban llevando a cabo algunos muchachos, donde se exponían permaneciendo
largo rato al borde del bosque. Su madre condenó el juego y dijo que los niños
con seguridad serían castigados severamente por su desobediencia.
Lucius Hunt pudo imaginar lo que opinaría su madre de los niños
que no sólo se acercaran al borde, sino que lo cruzaran y penetraran mucho más
adentro. Y permanecieran un largo rato, buscando,
investigando…
Por fin la escuchó apagar la lámpara y al rato percibió el débil
ronquido de su madre. Lucius sabía que ya no despertaría hasta el amanecer.
Aguardó aún un buen rato hasta cerca de la hora convenida y sigilosamente
se evadió en silencio por la ventana de su habitación.
Sabía que el vigía debía de vez en cuando mirar hacia la aldea
además del bosque. Por eso se colocó rápidamente en las sombras y fue
calculando cada tramo hasta la próxima oscuridad hasta que se apartó de todas
las casas, en dirección a la Piedra
del Descanso.
En un determinado momento, el silencio lo invadió por completo,
incluso los insectos parecieron callar al unísono: era como una señal de que
había abandonado la seguridad de la aldea y que, de ahí en más, cada paso lo
acercaba al peligro y al misterio, y quizás a un encuentro pavoroso con la
muerte o algo peor. Una leve brisa llegó de repente desde el bosque, y Lucius creyó
percibir un hedor de carroña. Casi imperceptible, el viento había traído el
olor de la muerte desde el sitio al que planeaba entrar. Extrañamente, supo que
estaba asustado y cada paso le costó un poco más, hasta que percibió a lo
lejos, iluminada por la luna llena, la resplandeciente cara de Noah en la Piedra. Ya desde esa distancia, Lucius
percibió la ansiedad y el miedo de Noah, y eso le recordó el propósito de la
aventura de esa noche e hizo que sus pasos se volvieran firmes y decididos.
- ¿Alguien te vio? – le preguntó a Noah al llegar.
- No. Tuve mucho cuidado y llegué hace un largo rato. Pensé
que tal vez no vendrías…
- Llegué a la hora precisa. ¿Estarás nervioso, o te
comportarás como se debe?
- Estoy m-muerto de miedo y no sé cómo voy a comportarme, ¿y
tú?
Lucius percibió la mueca de terror de Noah que intentó ser una
sonrisa, pero sabía que su propia cara no debía estar mucho mejor, y que Noah
también había percibido su temor. Era ese silencio repentino, ese olor
asqueroso…
La otra vez Lucius había entrado cuando aún había luz. Ahora el
bosque era un mundo completamente diferente, donde todo lo salvaje y lo
inhumano se había apropiado claramente del lugar.
Nuevamente recordó el propósito final de la aventura. Incluso el
temor de Noah pareció aumentar su propio valor, colocarlo en su lugar de líder
de nuevo, y consiguió una sonrisa mucho mejor que la de Noah.
- Luego de esta noche sabremos cosas, Noah. Habremos estado
en lugares que nadie de la aldea ha pisado jamás, y tal vez veamos algo que
cambiará nuestras vidas. Estoy asustado también, pero sabré cómo comportarme,
dalo por seguro.
Noah se puso de pie, rodearon la Piedra
del Descanso y se
pusieron de frente al límite. Se miraron a los ojos como una última
confirmación, y entraron al bosque.
Un grillo comenzó a cantar e inmediatamente se le unieron otros.
La brisa volvió, pero esta vez sólo trajo el aroma vegetal nocturno,
exacerbado. El bosque parecía recibirlos con agrado, y los muchachos dieron
varios pasos más, adentrándose. Noah llevaba los ojos inmensamente abiertos y
se le escapaba un débil gemido.
Lucius se lo hizo notar con una sonrisa.
- Hey, hasta ahora nos está yendo muy bien. No lo arruines.
- De a-acuerdo – dijo Noah. Su voz era un susurro inaudible a
más de diez centímetros, y Lucius no pudo evitar reír. Empezaba a disfrutar de
veras la aventura. Además, la luna continuaba proporcionándoles una buena
iluminación y en cuanto se les acostumbraron los ojos al denso follaje,
comenzaron a percibir las formas y sonidos reales del bosque: árboles, rocas, insectos.
Nada fuera de lo normal.
- ¿Hacia dónde? – preguntó Lucius, cediéndole la conducción a
Noah. En realidad, la decisión de Noah no tenía la menor importancia. La
segunda parte del plan comenzaría enseguida.
- Hacia allá – susurró Noah señalando con la cabeza hacia la
derecha. Se encontraban apenas a veinte metros dentro del bosque, por lo que
Lucius comenzó a dirigirse a la derecha pero conscientemente fue llevándolos
hacia adentro con cada paso. Noah pisó y quebró una rama pequeña, pero el
sonido pareció estridente y ambos se detuvieron, alarmados.
- Quédate quieto – susurró Lucius. Pasaron dos minutos
enteros sin moverse y entonces oyeron una réplica exacta del sonido de la rama
al quebrarse. Lucius sonrió por dentro. “¿Una réplica exacta? “ Era
inevitable que si esperaban lo suficiente alguna rama se quebraría. El miedo,
sólo el miedo, se encargaba del resto. Lucius
se sintió por completo dueño de la situación, y decidió aprovechar el momento.
- ¿Oíste eso? – dijo
con temor fingido.
- “Ellos replican los sonidos” – recitó de memoria Noah, y a Lucius
casi se le escapa una carcajada. Pero era imperativo que Noah no se
aterrorizara demasiado…todavía.
- O quizás simplemente se quebró una rama. Todo el tiempo
deben estar quebrándose. Yo digo que sigamos.
Avanzó varios pasos, adentrándose todavía más. Noah insinuó una
queja pero lo siguió: peor era quedarse solo. Ahora Lucius enfilaba en
línea recta hacia adentro del bosque, esquivando los enormes árboles o las
rocas que se interponían, pero siempre hacia adentro. Las nubes cubrieron
repentinamente la luna, dejándolos a oscuras, y un instante después Noah
tropezó con algo, o fue empujado por algo. Cayó al suelo justo en una
depresión y rodó varios metros hacia abajo, en la oscuridad más absoluta. No
pudo evitar un grito, lo que lo aterrorizó aún más que el estrépito de la
caída. Logró ponerse de pie. Lo siguiente que advirtió era que Lucius no estaba
a su lado. Ni cerca.
- ¿Lucius…?
Noah calculó que se hallaba a unos ciento cincuenta metros del
límite del bosque. Podía correr incluso en la oscuridad y salir casi enseguida.
O podía tropezar nuevamente y quebrarse una pierna, o podía…
Entonces le llegó, nítido, el sonido de su propia rodada y un
grito que imitaba el
suyo, diez metros a su izquierda.
Intentó ver a través de la oscuridad y la densa niebla que
comenzaba a levantarse, pero no distinguió nada. En cambio le llegó un gruñido
bajo, inhumano, todavía desde la izquierda pero más cercano…
Se obligó a correr hacia el otro lado, con el corazón alojado en
la garganta y el estómago revuelto. Temblaba incontrolablemente y una rama le
arañó la cara, lo que lo hizo gritar de nuevo. Pero esta vez fue un alarido de
terror y, unos metros detrás, lo que lo perseguía emitió a su vez un sonido
áspero, húmedo, como de una asquerosa masticación, y Noah percibió que su mente
se deshacía: simplemente no elaboraba ningún pensamiento. Algo lo impulsaba a
huir, a alejarse de aquello que estaba cazándolo, pero no eran pensamientos, eran
impulsos de adrenalina que llenaban su cerebro con imágenes de dientes, de
garras, de ojos rojos. Tropezó y cayó y ni siquiera se dio cuenta de que había
comenzado a llorar cuando una nube se apartó un poco y volvió a escuchar el
gruñido. Esta vez era un rugido apenas a tres metros y Noah miró y pudo ver la
deformada bestia vestida de rojo que se le abalanzaba torpemente.
La luna apareció en todo su esplendor justo cuando la criatura se
arrancó la cabeza a un metro de Noah.
Lo último que Noah percibió antes de perder la razón fue la cara
sonriente de Lucius Hunt bajo una máscara hecha con la cabeza de un jabalí.
Lo encontraron a los dos días, demente y desnudo, entrando a la
aldea desde la zona de la Piedra,
cubierto de flores rojas desgarradas y frutos y ramas rojas que con los que se
cubría absurdamente el cuerpo.
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