- Yo lo inspeccioné:
tenía la cabeza vuelta hacia atrás y le habían quitado mucho pelaje – dijo la
niña rubia de la primera fila.
- Ahá…
El maestro Edward Walker había hecho entrar
a los niños que encontraron el perro desollado, pero era imposible continuar
con una clase normal. La aprovecharía, entonces, para conocer los sentimientos
de los niños, y para ver hasta qué punto tenían presentes las enseñanzas.
- Lo asesinaron – dijo
un niño de las últimas filas.
- Concuerdo con eso –
dijo el maestro – Pero… ¿quién es el culpable, quién cometió esta atrocidad?
- Los Innombrables lo mataron – dijo la niña de la primera
fila.
- ¿Por qué piensas
eso? – dijo Walker señalándola con el índice, alentándola.
- Ellos comen carne –
dijo otro niño desde atrás. De a poco se iban animando a hablar todos, y todos
parecían coincidir en que el ataque había sido hecho por las Criaturas del
Bosque.
- Y tienen garras
enormes… - completó con timidez un niño del otro lado del aula.
Conque la idea había sido expuesta y la
mayoría reaccionaba de acuerdo a las lecciones aprendidas. Walker, satisfecho,
pensó que era un buen momento para recordar las enseñanzas completas, a fin de
quitarles un poco (sólo un poco) del miedo que ahora sentían.
- Niños… - dijo
calmadamente Walker, como eligiendo las palabras. – Hace mucho que existe un Pacto
entre nosotros, la gente de la Aldea, y Los
Innombrables, que son las criaturas que habitan (y a las que les pertenece)
todo el enorme bosque que rodea la Aldea. Todo Covington es suyo por derechos
ancestrales.
Hizo una pausa y un amplio gesto con los
brazos formando un enorme círculo, para
que los alumnos tomaran cabal idea del bosque, que rodeaba la Aldea como en un
abrazo sensual, primitivo, total, pero que no carecía de un Orden, y el Orden establecía que los más
débiles en aquel abrazo eran los humanos de la Aldea.
- Ese pacto continúa
vigente: nosotros no invadimos su territorio y ellos no bajan al valle.
Nosotros no hemos roto el Pacto, así que… ¿por qué se mostrarían agresivos, sin
haberlos provocados? Seguramente hallaremos otra explicación a la muerte y
tortura del animalito…
Y con eso y poco más, Edward Walker terminó
la clase por aquel día. Sin embargo, a pesar de haber verificado que las
enseñanzas seguían vigentes (muy vigentes, a juzgar por el terror de algunos
niños) había algo que lo inquietaba profundamente en el asunto del animal
muerto, desollado y expuesto donde todos pudieran verlo.
… ¿Quién lo hizo…?
Pensativo, se dirigió al salón donde
tendría lugar la reunión del Consejo de Mayores.
Los Viejos discutían sin mayor preocupación
asuntos menores: en ese momento se votaba el “Vuelo de los pájaros”, una
Festival de danza para los más pequeños. Walker se hallada distraído, sumido en
sus propios pensamientos, cuando la voz del edecán lo sacó de su abstracción:
- Un joven solicita
Audiencia con los Mayores.
No era un pedido totalmente inusual, pero
era algo extraño y a Walker le corrió un escalofrío de anticipación. Presidía
en ese momento August Nicholson, que simplemente dijo:
- Que comparezca.
Y entonces entró Lucius Hunt, tímidamente,
con unos papeles arrugados en las manos y para sorpresa total de su madre,
Alice Hunt.
Lucius leyó todos los papeles con su pedido
cabal, torpemente pero sin interrupción, y terminó con un inocente y lapidario “Fin”.
Todo el Consejo lo observaba en silencio,
hasta que Nicholson, apelando a su sangre fría lo despidió diciendo con voz
neutral:
- Gracias, Lucius. Tu
petición será evaluada por el Consejo y se te informará lo decido dentro de dos días. Puedes
retirarte.
Lucius dio humildemente las gracias y salió
del salón. Las puertas crujieron espantosamente al cerrarse, sobre todo por el
silencio mortal que reinaba en el enorme salón. Podría decirse que algunos,
como Alice Hunt, estaban conteniendo la respiración.
El debate que siguió tuvo todas las aristas
posibles: desde la oposición más férrea (sobre todo de su madre), hasta el
planteo (largamente postergado) de modificar algunos de los conceptos
primitivos, pasando por la postura a favor del miembro más joven y el silencio
absoluto de Edward Walker.
Al cabo de varios minutos de acalorada
discusión, Nicholson le preguntó qué opinaba.
Pensativo, como si estuviera viendo un
futuro más allá de la situación actual y sus implicancias, Edward Walker dijo
secamente:
- Hicimos un juramento
al venir, y entiendo que sigue vigente. Mi opinión es que el juramento debe
respetarse. Nadie saldrá de la Aldea. Jamás. Lucius Hunt dice que lo afectan la
muerte de tu hijo, y que tal vez haya medicinas que podrían haberlo salvado, o
devolverle la calma a Noah Percy, y que tal vez consiga otras cosas que nos
pongan al tanto de lo que pasa con el mundo exterior. El mundo exterior fue lo
nos hizo refugiarnos aquí, espantados, y
hemos mantenido la Aldea apartada con mucho esfuerzo y sacrificio. Y además, ¿podemos
descartar las bestias del
bosque? ¿Realmente podemos? ¿Quién
desolló el perro y lo instaló, lo colocó
específicamente, en la entrada de la escuela? ¿Realmente sabemos qué pasa
tras los límites de los Postes Amarillos? ¿Sabemos que nada va a atacar a
Lucius y a desollarlo?
Alice Hunt se puso de pie. La voz y el
cuerpo le temblaban ostensiblemente:
- Nadie saldrá de la
Aldea. Mucho menos Lucius Hunt. Aunque tenga que atarlo a su cama.
Al día siguiente, otro animal apareció en
el lugar de las hamacas, desollado, semicubierto de insectos y con el cuello
completamente dado vuelta. Tres vértebras habían perforado la piel y aparecían
en toda su espantosa postura antinatural.
Lucius Hunt comenzó a prepararse para cruzar los Postes Amarillos
que señalaban el comienzo del Bosque, al margen de la decisión que tomara el
Consejo.
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