domingo, 13 de agosto de 2017

Cap. 4: La criatura del bosque



Sobre todo le encantaban su enorme cuerpo y sus garras. Sus garras eran larguísimas, afiladas, duras. Las había probado contra la carne animal y eran un arma mortífera y tremendamente precisa: sus dedos eran hábiles y cada uña formidable respondía a sus órdenes como una herramienta especialmente diseñada. En realidad, eso es lo que eran: herramientas diseñadas para cortar, desgarrar, perforar. Y usadas en conjunto, un zarpazo en general bastaba para ser mortal.

La Criatura no sabía exactamente qué cosa era un Pacto. Simplemente, desde que su rudimentaria mente recordara, se le habían prohibido determinadas cosas: había lugares donde no debía ir y había otras criaturas que no debían ser molestadas. Ocasionalmente había visto a esos Otros y en su elemental memoria guardaba el recuerdo de haber estado muy cerca de ellos una vez. 

Pero todo se volvía dolorosamente confuso cuando lo pensaba,  y lo abandonaba de inmediato. Molestadas era otro término que no significaba demasiado para él. ¿Qué cosas molestarían a las criaturas del valle, las que no vivían en el bosque?
Que las maten, seguro. Que las lastimen. Pero…observarlas escondido no debería molestarlas. Según sabía, su gente había hecho incursiones a la aldea de los otros, y eso implicaba ver y ser visto. Los otros despertaban la curiosidad de la criatura, aunque no podía determinar por qué: al fin y al cabo no podían ser comidas.

Los cachorros de la aldea, sobre todo, no debieron incluirse en el Pacto. Se los veía tan jugosos, tan tiernos…

La Criatura tuvo un estremecimiento de placer, y sintió que se erizaban las púas de su espalda. Al mismo tiempo sintió un remordimiento. Seguramente este tipo de pensamientos eran los que llevaban a los actos prohibidos.
Pero es que no eran pensamientos. Tal vez lo fueran si no estuviera usando la Capa. Pero cuando usaba la Capa Roja, entonces era un ser mucho más antiguo que él mismo, y ya no pensaba: una especie de bruma del mismo color de la Capa lo envolvía por fuera y por dentro, y sentía cómo sus instintos adormilados volvían a emerger. Los Otros lo atraían, y no sólo como comida. Algunas veces se había acercado lo bastante al límite del bosque como para observarlos, y desearlos. Ansiaba hundir sus garras en esa carne tibia y tierna, y tan pequeña comparada con su descomunal tamaño; despedazarlos lentamente con sus curvos colmillos parecidos a los de un jabalí; lamerles las entrañas palpitantes, y por fin morder y tragar…

Y tal vez, sólo tal vez, explorarlo un poco en otros sentidos…

Con un gruñido alto, la Criatura se golpeó a propósito la cabeza contra el árbol en que se ocultaba. Aguardó un segundo y luego cabeceó otras  tres veces la dura corteza, hasta quedar atontado y desprovisto de deseos. Ahora sentía un latido doloroso en el área que se había golpeado, pero su retorcida mente comenzaba a aclararse. La bruma roja se había dispersado un poco. Manaba sangre de la herida, pero el momento de angustia había pasado.

Más calmado, se puso a reflexionar sobre los habitantes de la Aldea, sin suponer que era el único ser en todo el bosque que lo hacía. Nunca le había tocado participar en el castigo a algún aldeano que hubiera traspuesto los límites, de modo que ignoraba en qué consistía el castigo. Probablemente la muerte y la tortura, pero…

...¿sería posible comerlo…?

Ahora su mente funcionaba en su mayor brillantez:

…¿Y si pudiera atraerse a uno de los Otros, obligarlo a romper el Pacto…y castigarlo debidamente?


Castigarlo en todas sus formas, claro está.



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